El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


sábado, 23 de octubre de 2010

TÚ, QUE BRILLASTE EN LA MAÑANA... (1984)


I


El tiempo fluye. Puedo asegurarlo. He observado minuciosamente instantes, vigilias y equinoccios... Y mi vida se desliza sobre él.
             
¿Ternura, sentimientos, ilusiones...? Roto casi todo vínculo, vivo para la consciencia.
Sólo la flaqueza del cuerpo me lacera. Más que por sus exigencias ¾porque sus placeres son también soledad¾, más me limita en cuanto por ellas me encadena a los demás, me obliga por pura materialidad a compartir el espacio con ellos y a soportar sus esperanzas, sus caprichos, sus devaneos. En parte, me impide ser para mí.
Así, para satisfacerlas, se hace precisa la venta de mi albedrío, la cesión de una parte de mi existencia. Pero esa transacción, que por naturaleza es abominable, ve mitigado su efecto por la rutina y por la indiferencia absoluta que siento hacia la simulación en la que participo. Impasible, ocupo unas horas en una función supuesta mediante la cual, sin poder precisar cómo, quizá contribuyo a engrandecer la confusión que me rodea.

Cuando concluye la jornada, me retiro a mi habitáculo, aquí, en el vértice más alto del edificio más elevado de la urbe. Cerca del límite. Entonces contemplo su paso, en las transfiguraciones de lo aparente.

II


Cuando me retiro a mi habitáculo, me recuesto frente a la ventana y veo.

Torreones de contornos borrosos se suceden hasta la línea indefinida del horizonte y en la calle una multitud de sombras se desplaza como el río cuyas turbias aguas nunca son iguales aunque siempre permanezca idéntico.

A veces, como si mi soledad fuese un vuelo inmóvil, las nubes se extienden bajo mis ojos. Entonces, en medio de ese océano celeste y blanco, tan sólo sobresale la atalaya donde tengo mi morada.
Ningún sonido turba el silencio. Parece como si las nubes mismas estuvieran hechas de tiempo.

III


Pasa  lentamente la tarde. Cuando obscurece, me tiendo sobre el lecho y aguardo la noche.
Coloco la palma de la mano izquierda sobre el torso y la diestra sobre los ojos. Aunque no duerma, cierro los párpados y permanezco así, inmóvil.
A ratos, me visita el pasado. Como si tuviese en las manos un libro que hablara de los otros que fui.

Ternura, sentimientos, ilusiones... Sí, al principio no fue fácil, pero con el tiempo todo se desvanece. Aunque no se desee. Sin esfuerzo.
Sí, es tan sencillo. Sin advertir cómo. Observas que ni siquiera podrías reconstruir cuál fue el proceso por el que se desmoronaron amores, amistades, vínculos y relaciones... Sueños. Sólo sabes que no los añoras, que no sufres por el extrañamiento. Como si todo eso no fuera más que un cuento para niños. Y tú... estás ya tan lejos.
Aun así, me visitan imágenes nítidas, como relámpagos persistentes, obsesivas. Surgidas de algún ámbito primigenio del pasado. Impresionándose una tras otra sobre el flujo de mi conciencia. Despertando una sensación próxima a la nostalgia.
Y si me pregunto por qué debo desestimarlas, me cuesta concretar argumentos, pues me rijo por razones tan antiguas que ya no puede justificar mi memoria.

La reflexión, el recuerdo, se diluyen en la inconsciencia del reposo cuando anochece.

A veces, por un instante, me desvela un sobresalto, como el vértigo de la caída. Y no quiero soñar, sólo dormir.

IV


Tal como me acosté, permanezco al llegar el alba. Tendido sobre el lecho, me despierto, con la palma izquierda sobre el corazón y la diestra cubriéndome el rostro. Con plena lucidez, examino los matices de lo gris en el paso de las penumbras. Simple mutación de la luz. Sin pensar en nada.
Cruzo después la habitación y miro por la ventana. Un viento frío recorre las calles desiertas. Siento como si sólo yo me encontrase despierto cuando el mundo entero está agonizando.
No frecuento las calles, pero todos los días ¾hoy mismo¾, tras contemplar esa visión siempre extraña, gusto de recorrer este laberinto de plantas, escaleras y corredores vacíos. De múltiples puertas cerradas.
Vagabundeo al azar. El viento arremolina hojas donde los hombres han intentado lo intangible y luego las dispersa.
Pero también hay rincones obscuros, de una quietud enfermiza, sin calma, donde se presiente la disolución y la nada.  

V


Creía conocer bien, pues, este vasto edificio y sin embargo hace un momento he advertido que aunque los elevadores finalizan su trayecto al llegar a mi planta, la escalera conduce aún a otra superior. Como en un sueño me encamino hacia ella.

La trampa está abierta. Penetro en un recinto circular. Frente a mí, de espaldas, la advierto asentada ante una amplia mesa. Por movimientos casi imperceptibles deduzco que escribe mientras sostiene su frente con cansancio.
Me acerco a ella, liviano, y espío su quehacer mirando tras de su hombro.
Escribe sobre un vasto libro de incontables páginas, con grafías que me resultan desconocidas. Levanta su rostro y mira.

Ahora lo veo todo. La sucesión de horizontes, la multiplicidad de espacios, actos y seres. Con una nítida turbulencia. Todo.
Y me veo de espaldas, inclinado sobre sus hombros, mientras escribe de forma incansable, en un recinto circular y abovedado, de paredes evanescentes. Allá, en la lejanía.
Bajo la mirada hacia el libro obscuro y compruebo que en él está descrito todo. Todo.

Sí. En él lo ha descrito todo. En él ha anotado todas las acciones, ha dibujado todos los rostros, ha trazado todos los paisajes, ha sugerido todos los sueños... Todo.
Y también advierto que gradualmente las líneas pasadas se difuminan y emborronan conforme se configura el presente.

Vuelvo sobre mis pasos.

VI


Me tiendo sobre el lecho. Coloco la palma de la mano izquierda sobre el corazón y la diestra sobre el rostro. Y aguardo.

Una sombra más intensa que la tiniebla.

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