El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


sábado, 12 de marzo de 2011

FRANCIS BRET HARTE - 2 (2001)


(Biblioteca Arte y Letras, Barcelona, 1883)

Harte hacía confluir el retrato pintoresco —trazado con crudo y vigoroso realismo— de un mundo nuevo, que se construye prescindiendo de buena parte de las convenciones sociales heredadas del viejo con la creación de unos personajes casi arquetípicos a los que se ha exacerbado el aspecto emocional hasta el límite de lo melodramático. Harte sabe además poetizar el conjunto, el escenario y los personajes, disimulando el más mínimo rastro de prosaísmo. Sin olvidarse de repartir aquí y allá algunas oportunas pinceladas de humor.

Con su pluma expresaba, además, la añoranza de un mundo que ya  desaparecía, un mundo rural, rudo pero también heroico, cuya luz áurea se desvanecía bajo el naciente brillo de oropel de una sociedad urbana de aparente prosperidad y progreso, pero corrompida por el hedonismo, administrada por una clase política que mayoritariamente entendía su actividad como una profesión en la que el lucro fácil se alcanzaba de forma rápida y regida por gobiernos que en nombre de la libertad permitían que el capitalismo salvaje impusiera sus reglas de juego, las de la  ley de la selva, y que, en consecuencia, se produjera la fractura social que pocos años después había de denunciar con vehemencia otro escritor californiano: Jack London.

El impacto de estas narraciones primerizas de Bret Harte en sus lectores fue pues tan intenso que en 1871 —siguiendo emigración a la inversa de otros escritores triunfantes y renunciando a la docencia universitaria— Francis Bret Harte volvería hacia el Este requerido por los editores de la prestigiosa revista The Atlantic Monthly, quienes le convirtieron en el escritor mejor pagado de su tiempo. Y, sin embargo, su éxito sería efímero, pues ninguna de sus obras posteriores —ni siquiera aquellas en que, veinticinco años después, imitaría sus propias creaciones de juventud— obtuvo la acogida esperada. El público lector dirigió entonces toda su atención hacia Mark Twain, el prolífico y brillante escritor al que Harte había apadrinado en sus inicios literarios.

Pero la fama de aquellos relatos iniciales, sus bocetos californianos, seguía extendiéndose y traspasando rápidamente fronteras. Ya en 1872, en Francia, aparece una traducción del cuento «Mliss» en la Revue des Deux Mondes y un año después se edita el libro Récits californiens que reúne veintidós de sus narraciones. Entre 1874 y 1880 se publicaron Alemania las traducciones de una colección de cuentos, Die Argonauten-Geschichten y una novela, Gabriel Conroy, así como varias ediciones en inglés de novelas, cuentos y poemas de su autoría.

En la temprana fecha de 1879, Lo Diari Català de Barcelona publica la traducción al catalán de tres de sus relatos breves, «La sort del camp bramador», «Idili en la Vall Roja» i «Mliss», el primero en su sección literaria y los otros dos recogidos en un folletín editado por pliegos bajo el título genérico de Literatura Nort-americana: noveletas escullides, que incluye además dos cuentos y una glosa de Edgar A. Poe. Unos años más tarde se publican catorce cuentos traducidos al castellano reunidos en un libro, Bocetos californianos (Barcelona, 1883) y aún se presentaría una nueva traducción al catalán del segundo de los cuentos citados, «L’idil·li de Red-Gulch», en la compilación Contes extrangers (Barcelona, 1909).

Huyendo de la depresión y las dificultades económicas, Harte se instaló en Europa, donde ejercería labores consulares en Prusia y el Reino Unido. En el viejo continente —donde residió ininterrumpidamente desde 1878 hasta el día de su muerte, el 5 de mayo de 1902— gozaría de un reconocimiento que ya había perdido definitivamente en su patria.

Alrededor de su obra florecieron estériles controversias sobre si su conocimiento de la vida rural californiana se debía a experiencias propias o no, sobre su deuda con respecto a Washington Irving y Charles Dickens o referentes a su influencia sobre Mark Twain. Controversias estériles y olvidadas. El valor intrínseco de sus bocetos californianos —que es a fin de cuentas lo que debe importarnos— lo avalan las opiniones de lectores tales como el mismo Dickens, Chesterton y Borges.

(Versión en castellano del prólogo al libro
Relats del Far West de Bret Harte [Proa, Barcelona, 2001])

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