El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


martes, 26 de junio de 2012

LA CASETA DEL PERRO (2012)



Fotografia de Jordi Gual


Después de largas horas de tertulia en el ateneo, siempre acababa sus peroratas con la misma frase.
—Un día de estos mi mujer me va a echar de casa y acabaré viviendo en la caseta del perro.
Y nos entraba la risa. Entonces se levantaba del asiento y sonreía de oreja a oreja, enseñando toda la dentadura, y movía la cabeza de un lado a otro, antes de marcharse, como un perro que expulsara sus pulgas.
Nos reíamos de su cuerpo escuálido, de sus andares saltarines, de su bigotito trasnochado, de su fingida tragedia, de su edad…
No sé que podía sucederle con su pareja para que siempre acabara sus lamentaciones con ese estribillo. Cuando iban juntos de paseo el gesto de sus rostros no reflejaba nada, absolutamente nada. Éramos jóvenes, sabíamos poco de máscaras.

El hombre que iba a acabar viviendo en una caseta de perro no era mucho mayor que nosotros, pero cuando uno es joven considera que seis o siete años más colocan al otro tras la frontera de un país lejano. Pero quizá realmente él era más joven que nosotros porque hay una edad que no se mide con el número de años. Todos, pese a nuestros sueños, ya sabíamos. ¿Quién no había conocido, allí mismo, a tantos y tantos artistas derrotados?

En alguna ocasión, de vuelta a casa, antes de dormir, reconocía en secreto nuestra impotencia. Nos sabía carentes de cualidades, faltos de suficiente voluntad, inferiores en todo a los viejos vencidos que nos ignoraban hundidos en sus sillones: farmacéuticos poetas, solteronas pianistas de soledades, profesores que pudieron haber sido pequeños filósofos, drogueros que eran pintores dominicales, amas de casa acuarelistas, buscavidas que quisieron ser actores… y quizá todos ellos grandes maestros del arte de vivir, grandes maestros del fracaso.
Y, en cambio, él creía en su triunfo, estaba seguro. Siempre se encontraba dispuesto para representar cualquier papel, en cualquier obra, por humilde que fuera. En una ocasión, incluso, se afeitó el bigote para interpretar a una mujer.
¿A qué aspiraba? ¿Creía, quizá, que un día podría vivir como actor? ¿Tal vez esperaba convertirse en estrella de cine? Creo recordar que ese era su anhelo último. Mientras, se dedicaba al teatro de aficionados.

Le perdí de vista cuando dejé de frecuentar el ateneo y a los amigos. Me enamoré, conseguí trabajo en el banco, contraje matrimonio, tuve hijos, la vida se me aletargó, luego vino el divorcio, marché de Grisalla, viví en Barcelona… Los años pasaron, imperceptibles.
Un día, un fin de semana, quise romper mi rutina, la monotonía. Entré en un cine desconocido, ruinoso, en un barrio extraño. Me dirigía hacia la taquilla, absorto en mis cosas, cuando le vi allí, al otro lado. Me reconoció al instante, se incorporó hasta sacar la cabeza casi fuera de la ventanilla, sonrió de oreja a oreja, enseñando toda la dentadura, y movió la cabeza de un lado a otro, como un perro que expulsara sus pulgas.
Pagué la entrada, no quise detenerme, balbuceé un saludo, detrás de mí una pareja esperaba su turno. Al acabar la sesión, me escabullí, no quise hablar con él, no quise preguntarle.
No he vuelto a verle desde entonces. Y han pasado ya muchos años.



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