El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


jueves, 30 de mayo de 2013

SOBRIEDAD Y CODICIA. REFLEXIONES ALREDEDOR DE UN CUENTO DE TOLSTÓI (2013)

Liev Nikoláievich Tolstói - Лéв Николáевич Толстóй

¿Conocéis el cuento de Tolstói «Cuánta tierra necesita un hombre»? Trata de un campesino, Pajom, que vive dominado por el deseo creciente de poseer más y más tierras de cultivo. Su afán hace que a la larga se gane la enemistad de sus paisanos y, en parte por esta malevolencia y en parte por su propia ambición, acaba marchando a otro pueblo.

En todo momento sus cosechas han sido buenas y siempre al comienzo de cada nueva empresa se siente feliz, pero tarde o temprano termina sufriendo una punzada de insatisfacción que lo empuja a aumentar sus propiedades.

Un día un viajero le informa que en el lejano país de los bashkiria —una gente sencilla y feliz que vive del pastoreo— puede conseguir mucha más tierra que la que está a punto de comprar con el dinero que tiene ahorrado.

Sin tardanza, Pajom emprende el largo viaje hacia aquella región. Cuando llega, los bashkiria, al verlo, lo acogen con grandes muestras de hospitalidad. Después de obsequiarles con unas cuantas bagatelas, Pajom les expresa su deseo de conseguir tierras y cuando ya están a punto de regalarle toda la que quiera, llega su jefe, quien, después de enterarse de su pretensión, le dice que puede adquirir toda la tierra que quiera pero al precio de mil rublos al día.

—¿Al día? ¿Qué tipo de medida es esa? ¿A qué superficie corresponde? —pregunta Pajom.

El jefe de la tribu le contesta que es toda la tierra que quepa en el rectángulo que delimiten sus pasos durante todo un día. Ahora bien, hay una condición, si al esconderse el sol detrás del horizonte no ha conseguido volver al punto de partida, lo perderá todo.

Al día siguiente, con los primeros rayos del sol, comienza a caminar y consigue abarcar mucho del terreno más fértil que nunca haya visto, pero su talante codicioso le hace avanzar más y más, siempre empujado por la punzada de la insatisfacción. Cuando parece que ya es hora de iniciar el retorno, siempre hay algo que le empuja a seguir avanzando, aunque sufra un calor insoportable.

Cuando llega el atardecer, Pajom se da cuenta de que ha medido mal el tiempo y que quizá no llegará al punto de partida antes de la puesta de sol. Entonces corre y corre, sudoroso, la boca seca y el corazón latiendo con violencia. Al llegar por fin donde le espera el jefe de los bashkiria, cae primero de rodillas y luego boca abajo, al tiempo que lanza un chorro de sangre por la boca.

Lo enterrarán en una zanja, apenas dos metros de tierra: eso es todo lo que al final ha podido conseguir al precio de malgastar su vida hasta perderla.

El mensaje de Tolstói es claro y sencillo: para disfrutar de la existencia, hay que vivir de una manera austera, con sobriedad, ya que la codicia nos hace malvivir.

Yo comparto su criterio. Si me permitís hacer un juego de palabras, os diré que soy partidario de una economía basada en hacer economías, es decir, en evitar el desbaratamiento de las riquezas. Y la principal riqueza de una persona es el hecho de vivir en plenitud. Si nos dejamos llevar por un afán desmedido de «mejorar económicamente», quizá no moriremos de manera trágica como el protagonista del cuento, pero sí que pondremos en peligro nuestra salud física y emocional de manera irreversible.

Y no he dicho por el afán de enriquecernos, sino por el de «mejorar económicamente», porque ahora mismo enriquecerse en un sentido material resulta impensable. El Sistema que desde hace décadas nos animaba a trabajar para consumir y consumir y ser felices consumiendo sin moderación, ahora quiere que nos conformemos con la austeridad que nos ha impuesto. Nos malearon en nombre del dogma del crecimiento económico ilimitado y ahora nos quieren hacer creer que la precariedad y la pobreza de las clases sociales populares son inevitables.

No confundamos, pues, la austeridad voluntaria y feliz, la sobriedad aplicada a la vida cotidiana de una persona, con la falsa austeridad que predican y aplican ciertos economistas y políticos. No podemos llamar austeridad a la imposición de unas medidas que implican un expolio a favor del capitalismo financiero y un ataque contra los derechos sociales inalienables de la ciudadanía: los derechos a la vivienda, la salud, la educación, la alimentación sana, la protección social y un trabajo digno.

Creo que hay una gran diferencia entre nuestro contexto y el del cuento de Tolstói: mientras que Pajom es víctima de su propia codicia, nuestra sociedad es y ha sido víctima inocente de la codicia de los financieros y sus cómplices.

Debemos luchar contra la precariedad que nos acosa, que afecta sobre todo a las generaciones más jóvenes, condenadas ya a la pobreza. Debemos luchar al lado de las personas aún más desfavorecidas que nosotros, sin reservas o restricciones.

Y, al mismo tiempo, sin renunciar al derecho al bienestar, que forma parte de los derechos humanos, debemos buscar caminos para volver a vivir en armonía con nuestra propia naturaleza, es decir, con la Naturaleza.


Jorge F. Fernández Figueras

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