El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


miércoles, 31 de diciembre de 2014

FANTASMAS (2014)




Con el tiempo, los rostros de mis antiguos compañeros o de algunas muchachas encantadoras se han vuelto borrosos y sus nombres empiezan a desvanecerse en mi memoria.

De otras personas, de los que me fueron indiferentes, tan sólo permanecen, sin rasgos, sus siluetas petrificadas. Compañeros de viaje en las escuelas, en las calles, en los trenes, en los bares de antaño, sombras de un mundo que se disipa en mi mente.

Y, sin embargo, recuerdo muy bien el rostro de aquel viejo, su mirada airada, sus ademanes convulsivos.

Durante el trayecto de vuelta, después de las clases, conversábamos para matar el tiempo o dejábamos que nuestras miradas languidecieran —perdidas en un horizonte de campos desatendidos, sin labranza, o de casitas humildes, sumergidas en bosquecillos de pinos— hasta que la puerta del vagón se abría bruscamente y entraba él, la barba y los cabellos erizados, para sentarse entre nosotros con aire desafiante.

—¿Creéis que Dios ha muerto? ¿Acaso creéis que Dios ha muerto? —gritaba mientras levantaba sus manos crispadas ante nuestros rostros—. Permaneced fieles a Dios, como lo habían hecho hasta ahora vuestros padres y los padres de vuestros padres. Conservad la  fe, cumplid sus leyes y no creáis a quienes con el alma enferma os hablan de paraísos materiales, pues, si no le respetáis y obedecéis, agonizaréis eternamente en las tinieblas!

Y nosotros, habituados a sus imprecaciones, sonreíamos en silencio hasta que bajaba en una estación solitaria, en medio de la nada, y podíamos continuar absortos en la contemplación narcótica del paisaje o desgranar conversaciones banales.

Con el tiempo, los rostros de mis antiguos compañeros o de algunas muchachas encantadoras se han vuelto borrosos y sus nombres empiezan a desvanecerse en mi memoria, como se desvanecen experiencias, metas, empresas, gestos, anhelos, sueños, deseos, proyectos, previsiones, promesas, quimeras… Fantasmas. Nada más.

Pobre hombre, si supiera. No solo murió Dios, sino que también el hombre murió, hace tiempo. De mí, por aportar una prueba, para poner un ejemplo, solo queda un animal desarraigado, un animal que huye, que ha olvidado incluso que se resignó… que se conformó con el fracaso.


Quizá, si me detuviera, una conciencia humana emergería de las tinieblas…


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