El capitalismo ha formulado su tipo ideal con la figura del hombre unidimensional. Conocemos su retrato: iletrado, inculto, codicioso, limitado, sometido a lo que manda la tribu, arrogante, seguro de sí mismo, dócil. Débil con los fuertes, fuerte con los débiles, simple, previsible, fanático de los deportes y los estadios, devoto del dinero y partidario de lo irracional, profeta especializado en banalidades, en ideas pequeñas, tonto, necio, narcisista, egocéntrico, gregario, consumista, consumidor de las mitologías del momento, amoral, sin memoria, racista, cínico, sexista, misógino, conservador, reaccionario, oportunista y con algunos rasgos de la manera de ser que define un fascismo ordinario. Constituye un socio ideal para cumplir su papel en el vasto teatro del mercado nacional, y luego mundial. Este es el sujeto cuyos méritos, valores y talento se alaban actualmente. (Michel Onfray)


sábado, 17 de octubre de 2015

EL ÚNICO QUE APLAUDÍA (2015)


Xavier Sala i Martín

EL ÚNICO que aplaudía

¿Conocéis la película The Kid (1921), de Charles Chaplin? De niño había visto muchas películas protagonizadas por Charlot, pero por algún motivo extraño a ésta no la había visto hasta hace poco.

En The Kid, los personajes principales viven inmersos en la miseria y realizan acciones censurables debido a la necesidad: acosada por la marginación, Edna, la madre del muchacho, lo abandona recién nacido en la puerta de una mansión señorial, y Charlot, el vagabundo que por azar recoge a la criatura, perpetra pequeñas picardías que les permiten comer y tener un techo.

Chaplin cierra la historia con un final feliz, pero no por ello es menos aterradora la denuncia de una pobreza que él mismo había vivido en su persona, así como resulta innegable que la buena fortuna que, por casualidad, acompaña al final los protagonistas no puede hacer olvidar el carácter inhumano del sistema económico liberal, que en nombre de la libertad de una minoría condena a la precariedad la mayoría de la población.

Hay un cierto paralelismo entre The Kid y el Lazarillo de Tormes. Los protagonistas son marginados que malviven gracias a pequeñas granujadas. Para poder comer, Charlot rompe los cristales de las casas de los obreros para reponerlos a continuación y Lazarillo roba parte de la pitanza y la bebida del ciego avaro y despiadado al que acompaña. No son ni mentes criminales ni parásitos sociales, sino desesperados que luchan para sobrevivir.

Quien ve la película no puede dejar de simpatizar con Charlot, acorralado por un sistema social deshumanizado, aunque las víctimas de sus acciones sean gente de su misma condición, y tiene que alegrarse de los fracasos del policía que lo persigue. Del mismo modo, quien lee la narración no puede dejar de alegrarse de la pequeña venganza del chico maltratado, Lazarillo, sobre el ciego, aunque este no deja de ser también víctima del mismo sistema.

En la escuela leí el Lazarillo y ese fue seguramente un factor importante para que alcanzara una visión determinada del mundo. El texto denuncia la miseria y el hambre que padece el pueblo llano, el falso concepto del honor y el menosprecio de los hidalgos por el trabajo, la falta de espíritu cristiano del clero... y el final de su protagonista, con su integración ya envilecido al rebaño de los que se tragan la opresión y la humillación a cambio de pequeños privilegios, es un aviso sobre qué tipo de farsa nos rodea y que nos espera si no nos rebelamos contra los poderosos.

En el Lazarillo no hay un final feliz al estilo de la industria del cine de EEUU, hay una visión realista —y por lo tanto pesimista— del destino de los humildes en una sociedad dividida entre privilegiados y oprimidos. Si resulta triste que Lazarillo le rompa la mollera a su dueño por maltratador, más triste es que, de adulto, Lázaro consienta en llevar cuernos a cambio de la estabilidad que le proporciona la protección interesada de un arcipreste lascivo.

Pero, claro, no todo el mundo tiene porqué compartir mi opinión sobre el asunto. Tenemos, por ejemplo, el punto de vista de Xavier Sala i Martín. La verdad es que no suelo escucharlo nunca —ya le he sufrido lo suficiente— y cuando me lo encuentro haciendo zapping, ¡manos para qué os quiero!, cambio de canal rápido, pero en un par de ocasiones le he oído criticar que se haga leer el Lazarillo a los estudiantes españoles. Según él, por ese motivo los españoles encuentran divertido robar y admiran a los ladrones. También lo ha expresado por escrito muchas veces, con una cierta pertinacia: «En España hay toda una literatura que la gente encuentra divertidísima, la picaresca, en la que los ladrones son los héroes. Le roban a un ciego y todos se lo pasan teta. "Mira, mira qué divertido, le roban a un ciego"».

Soy una persona sólo con un poco de cultura general, pero sé de sobras que, con alguna excepción, toda la literatura picaresca, especialmente el Lazarillo, es una amarga reflexión sobre la descomposición de los valores colectivos y la corrupción de todas las clases sociales en el seno del Estado Imperial, y al mismo tiempo un llamamiento a la necesidad de la regeneración social y una reivindicación de la dignidad humana.

Diría que Sala i Martín, cargado de prejuicios, ni ha entendido el sentido profundo del Lazarillo ni tampoco le ha pasado por la cabeza que la interpretación de una mayoría de los lectores pueda ser diferente de la que tiene formada en su mente, que, al parecer, carece de generosidad moral.

No dudo que con esta visión del mundo tan simple y mezquina, Sala i Martín, cuando era niño, debía de ser el único que en un cine aplaudía cuando el policía pilla al pobre Charlot.

Jorge F. Fernández Figueras

Publicado en Diari de Terrassa, 14 de octubre de 2015,
y en Catalunya, diciembre de 2015.

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